sábado, 5 de septiembre de 2009

Engrasar las neuronas. La inyección del presidente

Ayer, con las neuronas poco engrasadas me estreno con la intervención de un hallux adductus valgus juvenil, mujer de 23 años. Menos mal que la paciente es de lo mejor que nos puede tocar. Ni una queja, ni ningún ¡ay! Dudas por el poco peso y la profilaxis antibiótica postquirugica. Al mismo, que me creó la duda, lo llamé. Siempre o casi siempre, lo tengo al otro lado del teléfono. Parece mentira, pero lo es, que deje de operar 15 días, que cuando te encuentra la primera intervención, después de unas vacaciones, parezca que hace mucho más tiempo. Por eso decía, al principio, con las neuronas poco engrasadas.

A veces hay titulares, como este: Un adhesivo producido por los gusanos es capaz de reparar huesos humanos nos hace abrir más perspectiva sobre unos resultados no comprobado en el tiempo y con el suficiente número de casos como para lanzarnos sin saber bien su eficacia. En este caso, no digo que no sea cierto esta premisa, pero demasiadas veces los titulares solo son eso, titulo para llamar la atención de una noticia. Más de una vez hemos cometido el error de adquirir un aparato o instrumento que con el uso nos hemos dado que no vale para lo que prometían.
Por su interés y simpatía reproduzco el artículo El presidente y la inyección de FRANCESC-MARC ÁLVARO

No gustan, en general, las inyecciones. Tener que pincharse, por prescripción médica, es algo que tratamos de evitar. Los profesionales de la sanidad acostumbran a combatir el miedo irracional que provoca la aguja con un comentario del tipo: "Será sólo un momento, no pasa nada". Al final, el pinchazo se produce y, por muy hábil que sea la enfermera o enfermero que nos atiende, siempre lo notamos. Lo importante es pasar el mal trago lo antes posible.
· Zapatero, el que estrena curso dando ruedas de prensa optimistas, me recuerda a un practicante de mi infancia (en aquella época todavía no se hablaba de los ATS) que, provisto de utensilios algo inquietantes, aparecía por casa, de vez en cuando, para pinchar al que fuera menester. Hablo de una época en la que la aguja desechable no existía y el minucioso ritual de esterilizar el instrumental, tal como lo veía un niño lector de tebeos, era digno del túnel del terror. Zapatero nos viene a decir que ya está, aunque "quedan por delante meses difíciles". Un poco de algodón con alcohol, una sonrisa amable y un caramelo de menta para frenar los llantos. Ya no debemos temer el pinchazo. Cura sana, culito de rana. El jefe del Gobierno central afirma que "lo peor de la recesión económica y de la destrucción de empleo ha pasado". Nunca me fié del practicante que nos visitaba, sus formas me parecían siniestras, a pesar de sus esfuerzos por parecer simpático. Con Zapatero me pasa exactamente lo mismo y, además, he comprobado que sus inyecciones acostumbran a ser un placebo de tomo y lomo, puro camelo para evitar la huelga y el cabreo general. El mismo que negó la crisis económica repetidamente, incluso cuando ya todos los datos contradecían sus melifluos mensajes, es ahora el primero en echar las campanas al vuelo. Primero, te asegura que no tendrá que pincharte y, luego, jura y perjura que ya lo ha hecho. Nada por aquí, nada por allá. Pero tú, ciudadano, sientes la aguja donde la espalda pierde su nombre, y el dolor no se pasa, al contrario. Al tío Baixamar le entusiasmaba Solbes porque –teoriza mientras pide otro gin-tonic– no hacía esfuerzo alguno para gustar ni para parecer coherente: largaba su inverosímil copla como si diera el parte del tiempo. Zapatero quiere que el tío Baixamar, usted y yo creamos en sus palabras y eso, se mire como se mire, es una exageración. La realidad pincha: el PIB español interanual se sitúa en el -4,2%, la peor cifra desde 1970, cuando mi amigo practicante emulaba al doctor Mabuse. Si uno dedica dos tardes a estudiar el asunto (como Zapatero), verá que el desempleo no se reducirá hasta que la economía crezca un 2%. Mientras, nos subirán los impuestos para que no decaigan esos enormes carteles omnipresentes que fusionan la E y la Ñ, lo más "identitario" –dirían algunos si lo hiciera el Govern– que se ha visto en años.

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